miércoles, 29 de diciembre de 2010

¡HEMOS SUPERADO LAS 1000 VISITAS!

Gracias a todos los que habeis visitado este blog y animaros a que lo sigais haciendo para llegar pronto a las 10000.

martes, 28 de diciembre de 2010

ELOY GONZALO, EL HÉROE DE CASCORRO.

En las guerras, al margen de las grandes hazañas que pasan a la historia, hay multitud de pequeñas acciones llenas de heroísmo que muchas veces caen en el olvido. Por suerte, no es el caso de nuestro protagonista, cuyo ejemplo demuestra además, que se puede enderezar una vida torcida por el destino y convertirse en leyenda.


Monumento a Eloy Gonzalo
Eloy Gonzalo fue abandonado en Madrid un 1 de diciembre de 1968 por su madre, Luisa García, una joven soltera que no se vio capaz de sacar adelante ese hijo de padre desconocido. Eso sí, dejó una nota con su nombre y pidiendo que llamaran al niño Eloy Gonzalo García, por lo que al menos sabemos que la joven si sabia quien la había dejado encinta. Pronto el niño fue recogido por un guardia civil y su esposa, por lo que pasará su infancia y juventud en los diferentes destinos de su padre adoptivo, siempre cerca de Madrid.

A los 21 años, en 1889, Eloy ingresa en el Regimiento de Dragones Lusitania nº 12, donde alcanza el rango de Cabo. Tres años después, pasa a formar parte del Cuerpo de Carabineros, estando destinado en Algeciras y Estepona, pero en 1895 por un delito de insubordinación es condenado a 12 años de prisión militar. Se complicaba mucho la vida de Eloy, pero ese mismo año, el estallido de los conflictos de Cuba y Filipinas, hizo que muchas penas se conmutaran a cambio de ir a luchar a estas zonas. No desaprovechó Eloy esta oportunidad que se le presentaba y se alista en el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63, con destino en Puerto Príncipe (Cuba). La guerra estaba en su momento más difícil y el 22 de septiembre de 1896, 3000 insurrectos cubanos, cercan la pequeña población de Cascorro, cercana a Puerto Príncipe. Allí quedaron sitiados los españoles, volviéndose cada vez más preocupante su situación. Es aquí cuando Eloy entra en la historia. El día 26, al borde de la derrota total, los españoles entienden que la única posibilidad para salir de aquella ratonera es volar una casa donde están atrincherados la mayoría de los insurrectos que no paran de hacer fuego contra ellos. Eloy Gonzalo se ofrece voluntario para ir con una lata de petróleo a hacer estallar el edificio. Decidido la cogió, junto a su fusil y solo pidió que le ataran una cuerda a la cintura, pues siendo lo más probable que estallará con él dentro o que fuera descubierto, no quería que su cuerpo quedara en manos del enemigo. Gracias a la cuerda, sus compañeros, podrían tirar de su cuerpo para recuperarlo. Pero, contra todo pronóstico la acción fue un éxito. Pronto su acción fue conocida en toda España y el Madrid más castizo, que sabía que era uno de los suyos, lo escogió como estandarte.

Eloy siguió combatiendo en Cuba y obtuvo la prestigiosa Medalla al Merito Militar con distintivo rojo, con pensión de 7,5 pesetas incluida, pero nunca volvería vivo a España, pues una enfermedad le arrebató la vida el 18 de Junio de 1897 en el Hospital de Matanzas. Su cuerpo fue repatriado y sus restos descansan en el cementerio de la Almudena, junto a otros héroes anónimos de aquellas guerras coloniales. El pueblo de Madrid no olvidó a su héroe, y primero lo dedicó una calle y el ayuntamiento le erigió una estatua en el Rastro, en una plaza que a pesar de ser de Nicolás Salmerón, para los madrileños siempre fue la plaza de Cascorro, su héroe Eloy Gonzalo.
La plaza donde está la estatua de Eloy Gonzalo acabó llamándose de Cascorro.



Bibliografía: www.historiaymilicia.com

sábado, 18 de diciembre de 2010

AGUSTINA DE ARAGÓN.

Agustina de Aragón, cuyo nombre real era Agustina Raimunda María Saragossa Doménech, fue una heroína de la guerra de la Independencia contra los franceses. Aunque pasó por su lucha en el primer asedio de Zaragoza, lo cierto y menos sabido es que estuvo presente en muchos más campos de batalla.


Agustina con uniforme de Subteniente
y sus dos medallas.
No está muy claro su lugar de nacimiento, algunos historiadores afirman que fue en Reus, mientras que otros apuestan por Barcelona en 1786. Con tan solo 16 años se casa con otro catalán, un Cabo 2º de Artillería, del Primer Regimiento del Real Cuerpo de Artillería, con sede en Barcelona. Nace aquí la relación de Agustina con el ejército. Juan Roca, que así se llamaba su marido, ya participa en la famosa Batalla del Bruch. Cuando este es ascendido a Sargento 2º, se trasladan a Zaragoza, poco antes del inicio del primer asedio francés. Zaragoza era una ciudad clave en la red de comunicaciones de esa parte de España y pronto se convirtió en objetivo de los invasores. La defensa de Zaragoza queda en manos del General Palafox, que tras los fracasos en campo abierto decide encerrarse en la ciudad, la cual contaba con 50000 habitantes, muchos para la época, pues Madrid apenas la triplicaba en número. A mediados de Junio los franceses, comandados por Lebfevre comienzan con sus bombardeos y ataques. Su planeamiento se basaba en debilitar la ciudad con su artillería para luego tomarla al asalto, centrándose en 3 de las puertas de la ciudad, la del Carmen, la de Santa Engracia y la del Portillo. Será en esta última donde Agustina pase a la historia. Ya en los primeros momentos ayuda, junto a muchas otras mujeres, a los hombres que defienden la puerta, llevándoles constantemente agua, alimentos y munición. Pero, será el 2 de julio, cuando los franceses iban a penetrar por una brecha que habían conseguido abrir en la defensa, que Agustina se hizo leyenda. Los encargados de manejar las piezas de artillería allí apostadas habían muerto casi todos y los pocos que quedaban vivos estaban muy mal heridos. La entrada del enemigo era inminente, pero allí apareció Agustina, que junto a las demás mujeres insuflaron ánimo a los artilleros y les siguieron llevando más municiones. Pese a todos sus esfuerzos, los españoles no dejaban de caer y justo cuando los franceses se disponían a pasar Agustina se hizo con el botafuego de una pieza que había quedado sin servidores y disparo a bocajarro a los invasores. Esto dio nuevos ánimos a los supervivientes que sacaron fuerzas de donde no había y consiguieron hacer retroceder al enemigo. La misma Agustina relata los hechos en tercera persona en un memorial que escribió al año siguiente al rey Fernando VII: "... atacada con la mayor furia, pónese entre los Artilleros, los socorre, los ayuda y dice: ¡Animo Artilleros, que aquí hay mugeres cuando no podáis más!. No había pasado mucho rato quando cae de un balazo en el pecho el Cabo que mandaba a falta de otro Xefe, el qual se retiró por Muerto; y caen también de una granada, y abrasados de los cartuchos que voló casi todos los Artilleros, quedando por esta desgracia inutilizada la batería y espuesta a ser asaltada: con efecto, ya se acercaba una columna enemiga quando tomando la Exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos Artilleros de la sorpresa en que yacían a la vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada. En este día de gloria mediante el parte del Comandante de la batería el Coronel que era de Granaderos de Palafox, la condecora el General con el título de Artillera y sueldo de seis reales diarios...".

Así era, Agustina había conseguido salvar la ciudad por el momento y enterado el General Palafox, la hace llamar y la nombra Subteniente de Artillería y le concede dos medallas, la de DEFENSORA DE ZARAGOZA y la de RECOMPENSA AL VALOR Y PATRIOTISMO. En su parte sobre la acción de aquel día, el líder de la resistencia maña escribió de ella: "... enlazada con conesiones con un Sargento de Artillería, con quien estaba concertado su matrimonio; servía éste bizarramente aquel cañón de a 24, y a la sazón una bala enemiga lo acierta y lo tiende en el suelo; llegaba la Agustina a traerle el refresco y no se le permitió la entrada, contentándose en contemplar a su amante desde la gola de la batería, verle caer y presentarse ella en el mismo sitio fue obra de un momento, arranca del cadáver el botafuego que tenía aún en la mano, llena de heroico entusiasmo dice: AQUÍ ESTOY YO PARA VENGARTE, agita el botafuego y lo aplica al cañón declarando que no se separaría del lado de su amado hasta perder ella también la vida..."

Tras la derrota en Bailén los franceses abandonan el sitio. Por desgracia, Napoleón no cejó en su empeño de ocupar España y tras reorganizar sus fuerzas volvió a la carga con más fuerza. Así, a finales de ese 1809, los franceses vuelven a sitiar la ciudad. De nuevo Agustina participará en su defensa, pero cae enferma de peste. Estaba en esta condición cuando los franceses consiguieron entrar en la ciudad. Así lo narró ella: "... La llevaron con otros muchos a Casablanca. Estiéndese la voz entre los Comandantes franceses que la Artillera Zaragoza estaba prisionera y se le presentan dos, cuya maldita lengua no entendió, y se dexa comprender por la caridad que después dispensaron. Esta no fue otra que hacerla andar, sin consideración a su enfermedad, con todos los demás Prisioneros y su hijo, hasta que apiadado uno de éstos, el Ayudante de Artillería Dn. Pedro de Bustamante, le cedió uno de los dos machos que llevaba, donde fue con su criatura hasta que en Caparroso le robaron el macho, ropa y dinero que llevaba... Llegada a Olvega perdió a su hijo a la fuerza del contagio, fatiga del camino y falta de recursos para asistencia."

Pese a todas las desgracias y penurias, la leyenda de Agustina ya era famosa en toda Europa. Una Europa que miraba expectante como unos españoles muy poco organizados conseguían poner en jaque a las tropas napoleónicas, invencibles en el resto de campo de batallas. Se había hecho tan famosa que empezó a ser homenajeada y reclamada por los generales más famosos de la época. Fernando VII la nombre Alférez de Infantería. Pero ella lo que quería era estar con su marido, que ya era Subteniente de Artillería y seguir luchando. Se reúne con él en Tarragona y participa en la defensa de Tortosa. Tras caer la ciudad estuvo en la guerrilla de Chaleco actuando en la Mancha y parece ser que también intervino en la batalla final de Vitoria, donde los últimos franceses fueron expulsados de España ya en 1814.

Tras la expulsión de los franceses, sigue con su marido y tiene un segundo hijo. Lo acompaña a todos sus destinos. Él ya es Teniente, pero enferma de tisis y muere. Es viuda con 37 años. Pronto Agustina se volvió a casar, esta vez con un medico alicantino. Esto lo consiguió por el privilegio de ser Subteniente vivo, lo que le daba derecho a segundas nupcias.

Vivió una larga época en Sevilla, para acabar trasladándose a Ceuta, donde estaba agregada al Regimiento de la ciudad y cobraba una pensión como Subteniente. Es en esta ciudad tan española donde muere en 1857. Allí es enterrada en un panteón que contaba con la siguiente inscripción:

"A la memoria de doña AGUSTINA ZARAGOZA

Aquí yacen los restos de la ilustre Heroína, cuyos hechos de valor y virtud en la Guerra de la Independencia llenaron al mundo de admiración. Su vida, tipo de moral cristiana, terminó en Ceuta en 29 de mayo de 1857 a los setenta y un años de edad: su esposo Don Juan Cobos, su hija doña Carlota e hijo político don Francisco Atienza, dedican este recuerdo a los restos queridos."

Tras ser derribado este panteón, sus restos se trasladan a Zaragoza. Será el 14 de junio de 1870 cuando llegan a la ciudad que la volverá a acoger. En un principio sus restos quedaron depositados en la Catedral del Pilar; para acabar teniendo su definitivo descanso fue la capilla de la Asunción de la Virgen, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Portillo, donde había protagonizado su gran gesta. No estará sola en su tumba, sino acompañada de otras dos heroínas de la resistencia de la ciudad, Manuela Sancho y Casta Álvarez. Fue en 1909 y el Rey Alfonso XIII les dedicó la siguiente lápida:

"Aquí yacen los restos mortales de AGUSTINA ZARAGOZA, CASTA ALVAREZ y MANUELA SANCHO. Descansen en paz las heroínas defensoras de Zaragoza. Este monumento les consagra y dedica la Junta del centenario de los Sitios 1808 y 1809."

sábado, 11 de diciembre de 2010

SATURNINO MARTÍN CEREZO Y LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS.

Hace ya unos años del centenario del llamado “desastre del 98”, cuando España perdió sus últimos territorios allende de mar, los últimos vestigios de aquel imperio solar del Siglo de Oro. El trágico y desdichado final de los acontecimientos acaecidos en 1898 no debe hacernos olvidar que pese a las derrotas, el orgullo y honor de España y de nuestro ejército quedó muy alto. No solo no quedó mancillado nuestro buen nombre, sino que se le honró y se escribieron páginas de gloria con letras de oro. Uno de los mayores ejemplos es, como no podía ser de otra forma, la historia de Los últimos de Filipinas y en especial del hombre que lideró su resistencia, el teniente de infantería Don Saturnino Martín Cerezo.

Las Islas Filipinas pertenecían a España desde 1565, cuando el rey Felipe II, que da nombre a las islas, encargó su conquista a Andrés de Urdaneta y Miguel López de Legazpi. Hubo alguna que otra revuelta que sofocar a lo largo de los casi cuatro siglos de posesión española, pero es a finales del siglo XIX cuando se organiza un verdadero movimiento de segregación, cuyo máximo exponente era el grupo Katipunan, liderado por Emilio Aguinaldo. En 1897, Aguinaldo y el general Primo de Rivera firman una paz que parece estabilizar el territorio. El distrito del Príncipe, cuya capital es Baler, había sido siempre una zona tranquila, pero en los últimos enfrentamientos los españoles habían sufrido serias bajas en la zona. Pese a todo, no se refuerza convenientemente la posición después de la paz y tan solo se envían 50 hombres del 2º Batallón de Cazadores al mando del teniente Juan Alonso Zayas. Junto a él hay otros tres oficiales, el capitán y gobernador político-militar del distrito, Enrique de las Moreras y Fossi, el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones y el que será el gran protagonista, el teniente Martín Cerezo. Junto a ellos habrá 4 cabos, 1 corneta, 45 soldados y 3 sanitarios, dos de ellos filipinos, los cuales fueron los primeros en desertar.
Martín Cerezo

Tras estallar la guerra con Estados Unidos, los filipinos se vuelven a rebelar. En un principio los americanos les demostraron un apoyo que luego se vería falso, pero que ahora les valdría para debilitar a los españoles en esa zona. Centrándonos en Baler, el asedio se puede dar por iniciado el 30 de junio de 1898, cuando los españoles rechazan un ataque de los independentistas filipinos, en el cual resulta herido el cabo de la guardia civil Jesús García Quijano. Los mandos españoles se percatan que están aislados en Baler, la capital, Manila se encuentra muy lejos para poder recibir refuerzos, por lo que para asegurar su posición deciden encerrarse en la iglesia de Baler, la cual cuenta con unos muros muy gruesos y que durante 337 días se convertirá en su fortaleza inexpugnable. Nada más empezar a organizar la posición, el teniente Martín Cerezo, entonces tercero al mando de la guarnición, empieza a demostrar sus dotes de líder. Muestra una gran prudencia a la hora de acumular víveres, incluso trae 4 caballos a la iglesia pues si les pueden servir de carne en un futuro, pero ante la negativa de los otros mandos, los ha de liberar. Pese a todo se sigue mostrando competente en sus acciones, y piensa que sería bueno excavar en busca de un pozo de agua. Un maestro del pueblo le dice que muchas veces se ha intentado esto y nunca se ha conseguido. Esta afirmación no doblega la iniciativa del teniente Martín y se sigue con la excavación, la cual tras llegar a los cuatro metros de profundidad dará sus frutos, algo que fue de vital importancia para soportar el asedio. También se construirá un pequeño huerto y se almacenará todo el alimento posible, aunque la falta de sal para conservarlo, hará que se pudra con el tiempo.

Los días van pasando y llegan las primeras deserciones. Mientras tanto, en el exterior, el desarrollo de acontecimientos no para. España es derrotada en sendas batallas navales por Estados Unidos y acaba por firmar el 10 de diciembre la Paz de Paris, por la que España vende a su contendiente Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico por 20 millones de dólares. Ignorantes de todo esto, los bravos españoles continúan su numantina resistencia tras los muros de la Iglesia. La falta de vitamina B será la causa de la propagación de la enfermedad del beriberi, que junto a la disentería hará estragos en la guarnición. Mientras que solo hubo dos muertos por herida de bala, serán 16 los que fallezcan por enfermedad, entre ellos el capitán de las Morenas y el teniente Zayas, quedando en noviembre ya como jefe único el teniente Martín Cerezo. Cabe destacar que durante el asedio, los independentistas no pararon de enviar misivas pidiendo la rendición de la posición. A la última a la que respondió el capitán de las Morenas, era este el que les instaba a los filipinos a rendirse, prometiéndoles que serían tratados de forma benévola. Los filipinos no podían creer la tenacidad de los españoles e hicieron todo lo posible para que desistieran de su actitud. Les enviaron dos curas para convencerles, pero se acabaron quedando con los sitiados. Del mismo modo, no dejaron de utilizar todo tipo de tretas, como poner mujeres semidesnudas frente a los españoles haciéndoles proposiciones sexuales. Todo este tipo de argucias fue lo que hizo que el teniente Martín Cerezo nunca creyera que España había abandonado aquellas tierras y mantuviera la constancia en la defensa. Tras la primera fase de la epidemia de beriberi al teniente solo le quedaban 35 soldados, un trompeta y 3 cabos, y ninguno estaba completamente sano. La toma del mando por parte del teniente Martín Cerezo se hizo notar en la moral. Todas las tardes, para mantener el entusiasmo en sus tropas y dejar claro al enemigo que nunca se rendiría, cogía al personal que estaba franco de servicio y organizaba pequeñas fiestas. Y, como buenos infantes, no desaprovecharon el día de la Inmaculada para celebrarla pese a lo delicado de su situación. Ese día hubo menú especial con moraga de sardinas, café y torrijas de postre. La situación se complico cuando el teniente médico Vigil estaba a punto de morir. Era necesario obtener fruta para curar su enfermedad. El teniente Martín Cerezo organizó una salida comandad por el cabo José Olivares Conejero junto a 14 hombres. La acción fue en éxito, pues además de conseguir fruta fresca, se incendiaron las casas desde donde más fuego hacían los indígenas, los cuales huyeron, y se perfeccionó la zona de la defensa, además de que se pudieron abrir las puertas de la iglesia para su ventilación. En Nochebuena, una nueva fiesta y menú especial, pollo asado y fruta, calabaza asada y café, todo ello amenizado con villancicos y música gracias a los instrumentos que había en la iglesia.
La iglesia donde se refugiaron los españoles

Los filipinos empezaron a enviar a mediadores españoles para que convencieran a los sitiados de que la guerra había terminado. El teniente Martín Cerezo contestaba en nombre del capitán de las Morenas, pues había ocultado su muerte al enemigo. Incluso cuando vino un capitán español con una orden de rendición firmada por el gobernador, el teniente Martín Cerezo no la creyó, pues le pareció sospechoso que este se le presentara de paisano y decidió acogerse al artículo 748 de las Ordenanzas Militares en el que se recordaba que, en situación de guerra, incluso la ejecución de las órdenes escritas de rendir una plaza provenientes de un superior debían ser suspendidas hasta que se comprobase fehacientemente su autenticidad, enviando, si era posible, una persona de confianza que las verificara.

En febrero se descubre el intento de deserción de dos soldados y un cabo, que resultan arrestados, y a los que se acabó por fusilar poco antes del final del asedio, cuando se pensó en una huída desesperada en la que estos elementos podrían haber sido un peligro. Ya en abril, los americanos, ahora en paz con España y en guerra con los independentistas envían un buque para rescatar a los sitiados, el USS Yorktown, pero son sorprendidos en el desembarco y mueren un teniente y 15 marines. Estamos ya en mayo de 1899 y llega a parlamentar con los asediados alguien que se identifica como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda, y que viene en nombre del General Ríos. El teniente Martín Cerezo duda de la veracidad de este hombre y es famoso el dialogo entre ambos, el cual dice:

"¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?" A ello le contestó el teniente Martín Cerezo: "Si viniera, entonces sí que obedecería las órdenes". Pese a rechazarle, aceptó unos puestos periódicos que decía traer de España.

Es junio y la situación dentro de la iglesia es desesperada. Haciendo una vez más gala de una gran responsabilidad, el teniente Martín Cerezo decide organizar una salida nocturna hacia la costa para encontrar un buque que les lleve hasta Manila. A causa del tiempo, tuvo que retrasar la acción y en ese intervalo leyó aquellos periódicos que le había dejado el Teniente Coronel Aguilar Castañeda. Cuál fue su sorpresa cuando leyó la noticia de que su amigo y compañero el teniente Francisco Díaz Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro hacía tiempo. Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, "Aquella noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de súbito". Decidió entonces reunir a sus hombre y les relató cuál era realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos por España. Sus hombres confiaron una vez más en su líder y este pacto las condiciones con el Teniente Coronel filipino Simón Tersón. Lo que pedía el español era lo siguiente:

"En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las siguientes condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos del gobierno español; Tercera: La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar seguro para poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas".

Así acababan 337 días de duro asedio. Los filipinos, hasta entonces enemigo, presentaron armas mientras salían con la bandera española ondeando al viento y desfilando los bravos soldados españoles. Antes de volver a España fueron recibidos por el propio presidente filipino Emilio Aguinaldo que los honró por su valentía y publicó el siguiente Decreto:

"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar a su país".

El 29 de julio de 1899 llegaban a España Los últimos de Filipinas, que eran 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente Médico, 2 Cabos, 1 Corneta y 28 Soldados.

El teniente Martín Cerezo hubo de dar cuenta a sus mandos sobre su actuación y de porque no obedeció a las ordenes de que abandonará su posición. Se defendió con un argumento de peso, que no podía creer que el ejército español se hubiera rendido. Finalmente, un tiempo después el rey Alfonso XIII le concedió la más alta distinción militar, la Cruz Laureada de San Fernando. Martín Cerezo acabaría llegando a general. En 1904 escribió sus memorias sobre el sitio de Baler, en la obra titulada El Sitio de Baler, notas y recuerdos.
Los Héroes de Baler

viernes, 10 de diciembre de 2010

EL CORONEL MOSCARDÓ Y LA DEFENSA DEL ALCÁZAR DE TOLEDO.

Uno de los hechos más trascendentes de la guerra civil española, tanto por su significado, como por el heroísmo que en el hubo, fue el asedio del Alcázar de Toledo. Pese a que Toledo no era un punto estratégico demasiado valioso desde el punto de vista militar; la toma del Alcázar pronto se convirtió en algo fundamental para las fuerzas republicanas, que intentaron buscar en ello un golpe de efecto propagandístico. Pronto, todo el mundo estuvo pendiente del desarrollo de los acontecimientos de esta operación. La tenaz resistencia de sus defensores, hizo que la publicidad del asedio se volviera contra los republicanos, cosa que supieron aprovechar los nacionales para ganar una gran batalla moral en los inicios de la guerra, que sirvió para llenar de motivación a sus filas. No les importó tener que desviar las tropas que iban a atacar Madrid, perdiendo un tiempo que habría sido precioso para ocupar la capital en el mismo año 1936. Sabían que si liberaban el Alcázar, ganarían muchos enteros ante la opinión pública, y, además, harían bueno el sacrificio y la constancia de sus defensores, encabezados por el Coronel de Infantería Don José Moscardó Ituarte.

El General Moscardó
Moscardó había nacido en Madrid en 1878. Se encontraba estudiando como cadete en la Academia, situada entonces en el Alcázar, en 1897, cuando pospone sus estudios para ir a combatir a Filipinas, aquí empieza a demostrar contar con un gran valor. Una vez terminado ese conflicto, volvió a la Academia para terminar sus estudios y ser destinado con su regimiento, el de Voluntarios del Serrallo a la guerra del Rif de 1909. En África pasaría gran parte de su carrera hasta que en 1929 es ascendido a Coronel y destinado al Colegio de Huérfanos de Toledo. Debido a la llegada del a II República y las reformas que trajo su advenimiento es degradado a Teniente Coronel, pero en 1934 vuelve a ascender y se hace cargo de la Escuela de Gimnasia, además de ser nombrado Comandante Militar de la ciudad. Debido a su cargo fue el encargado de organizar la participación española en las Olimpiadas de Berlín de 1936. Estaba dispuesto a viajar a esta ciudad para asistir a las mismas, cuando le sorprendió el inicio de la guerra civil.


El Alcázar durante un ataque
 Desde el principio supo Moscardó donde estaba su sitio y aunque no se rebeló de forma clara al gobierno republicano, comenzó a desobedecer sus órdenes y a preparar la toma de Toledo. La ciudad no contaba con una amplia guarnición militar, pues solo albergaba algunas dependencias y la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, que además, por estar en periodo vacacional, apenas contaba con unos pocos cadetes y tropa destinada en la misma. De lo que si disponía Toledo era de una fábrica de armas que contaba con mucha munición, la cual enseguida reclamó el gobierno de Madrid. Moscardó sin negarse, empezó a poner trabas, por lo que los republicanos le amenazaron con enviar tropas a tomar la ciudad. Moscardó analizó la situación y supo ver que poco podía hacer con los hombres que tenía, por lo que decidió enviar todo el armamento en el Alcázar y encerrarse allí para resistir con sus hombres. Además ordenó que todas las comandancias próximas de la Guardia Civil, abandonaran sus puestos y se reunieran con él, trayendo además sus familias. Las fuerzas y material con las que contó, según palabras del propio Moscardó en su diario de operaciones eran:

Hombres

Jefes y Oficiales: 100

Comandancia Guardia Civil: 800

Tropa Academia: 150

Tropa Escuela de Gimnasia: 40

Falange, Acción Popular y varios: 200

En total, unos 1.300; 1.200 para defensa efectiva, por tener que atender a los distintos servicios los no combatientes. A esta guarnición hay que añadir

Mujeres 550

Niños 50

Procedentes, en su mayoría, de familiares de la Guardia Civil, de algunos profesores de la Academia y elementos de Toledo que se refugiaron en el Alcázar, que en total hace una población en el recinto de unas dos mil almas.
Material

De defensa se contaba con el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad, que tenían unos mil doscientos fusiles y mosquetones, y de la Academia se contaba con dos piezas de montaña de 7 cm., con 50 disparos de rompedora; trece ametralladoras Hotckiss de 7 mm., y trece fusiles ametralladores, de la misma marca y calibre, todo en uso por los alumnos en sus prácticas, y un mortero de 50 mm.
Municiones se contaba con las del Alcázar y las de las Fábricas de Armas, que se trasladaron, que en cartuchos de fusil y ametralladora sumaban unos 800.000; 50 granadas rompedoras de 7 cm.; 50 granadas de mortero Valero de 51 cm.; cuatro cajas de granadas de mano Laffite -ofensivas, 200-; una caja de granadas de mano -incendiarias, 25-, y unos 200 petardos pequeños de trilita y un explosivo eléctrico.
De material de defensa contra gases se puede decir no existía, pues en la clase de guerra química se encontraban unas veinticinco máscaras, pero cada una de modelo distinto y la mayor parte de ellas sin eficacia alguna.
Material de fortificación: sólo se contaba con algunos picos y palas de la Academia, pues Toledo carecía de Parque de Ingenieros.
De Transmisiones, los primeros días se contaba con el teléfono automático, y cuando lo cortaron, una vez asediado el Alcázar, se hacía solamente con el interior por líneas militares de campaña tendidas a los sitios y puestos que se juzgaban más interesantes. La fuerza de la Guardia Civil llevó al Alcázar la emisora transmisora de la Comandancia; pero por no tener grupo electrógeno, apenas cortaron el fluido cesó su funcionamiento.
De material de transmisiones para comunicarse con el exterior había el de la Academia, pero la falta de fluido no permitía funcionar a las radios de campaña, ya muy usadas, y tras grandes esfuerzos, reuniendo las baterías de los coches automóviles, se pudo establecer una estación receptora con auriculares que permitió saber la situación en el exterior.
De material sanitario se contaba con el de la Academia (Enfermería), mas el de la Farmacia Militar, que quedaba dentro del recinto de defensa, teniendo elementos hasta muy avanzado el asedio, quedando al final vendajes y algodón.
Víveres

Escasearon desde el principio, pues la Academia, en su vida normal, tenía un economato muy bien surtido; pero por la reducción de Academias, su número de alumnos (unos setenta entre Infantería y Caballería) y empezar el Alzamiento en julio, época de vacaciones, no estaba previsto y sólo quedaban pequeñas cantidades de lo más necesario, como eran judías, garbanzos, arroz, aceite, sal, azúcar, café, especias, y aparte esto había botellas de vinos finos en cantidad, así como latería de anchoas, espárragos y almejas, pues aunque su cantidad no resolvía nada en las comidas que confeccionar, y por tanto desde un principio se dispuso no tocar nada y sólo por excepción de un trabajo excesivo o para enfermos se tomaban de allí vinos generosos, vermut o latería. Víveres para comer un plato en cada comida había para cinco o seis días, y pan; como tampoco había servicio de Intendencia, en Toledo se tenía por contrato con una panadería particular, así que apenas comenzó el asedio no se pudo suministrar.
Agua: Aunque se racionó para evitar su despilfarro, había en abundancia en los distintos pozos aljibes del Alcázar, que permitió no faltase este elemento vital tan necesario, pero que en todo momento estuvo debida y rigurosamente inspeccionada, tanto en su distribución diaria como en el traslado a diversos lugares para evitar su pérdida por bombardeos de artillería y aviación.
La falta de pan se pensó subsanar al principio consumiendo el trigo agorgojado que había para alimentación del ganado, como así se empezó, y después consumir la cebada del ganado; pero afortunadamente se descubrió un depósito de trigo propiedad de un Banco que estaba en las inmediaciones del Alcázar por la parte Este, que contenía unos dos mil sacos de trigo de noventa kilos cada uno y de excelente calidad. Con este hallazgo providencial y los caballos y mulos de la Academia y Guardia Civil se resolvió el problema de la alimentación, aunque en forma muy precaria, hasta que terminó el asedio, ya que la ración de pan que se podía fabricar en el horno de campaña no llegaba a los 18o gramos por el número tan elevado que había que producir y lo poco que rendía la pequeña molturación de trigo que había en el Museo de Intendencia; la carne tenía que estar severamente racionada, pues el asedio se prolongaba, y baste decir que al final de éste sólo quedaron sin sacrificar un caballo y cinco mulos, que hubiesen permitido, a lo máximo, la alimentación escasísima durante seis días.
Por el contrario, las fuerzas republicanas eran mucho mayores, tanto en material como en número. Es difícil saber cuántos combatieron porque se dio el fenómeno llamado “turismo revolucionario”, que consistía en que por la mañana venían desde Madrid en multitud de vehículos, pegaban unos cuantos tiros, para volver por la tarde a contar en la capital sus supuestas hazañas. En los 70 días que duró el asedio, del 22 de julio al 28 de setiembre de 1936, el Alcázar fue 35 veces bombardeado por la aviación republicana y recibió más de 15000 proyectiles de artillería de diversos calibres, además de fuego de fusilería constante. Pero lo que más daño hizo a la estructura fueron las dos minas de 3000 kg de trilita, cada una, que colocaron en sus cimientos en el asalto del 18 de setiembre, el más violento que sufrió el Alcazar, pero que pese a todo, gracias a la buena organización que dispuso Moscardó, solo costó 5 bajas a los defensores.

Muchos fueron los héroes de esta feroz resistencia, como el Capitán Don Luis Alba Navas, que ante las constantes mentiras del bando republicano sobre que el Alcázar había caído, decidió salir disfrazado de miliciano para informar de la verdad a las tropas nacionales, pero que fue descubierto y fusilado. Tampoco se puede olvidar al Cabo de la Guardia Civil Cayetano Caridad, que por haber trabajado como minero, vigilaba constantemente la progresión de la mina que preparaban los republicanos para volar el Alcázar, y que precisamente le tocó a él estar de guardia cuando esta explosionó. Cada uno de los que estuvo allí fue un héroe, incluso mujeres y niños que no pararon de animar, pero todo hubiera sido mucho más difícil sin la actuación de Moscardó, que desde un principio tuvo la iniciativa de anticiparse a los acontecimientos y armarse lo mejor posible en una posición fuerte. Aunque hubo algunas deserciones, supo mantener bien alta la moral de los habitantes de la fortaleza, incluso empezó a editar el famoso diario El Alcázar que tantos años siguió después, y en el que de una manera cómica se narraba el desarrollo de los acontecimientos.
Pero sobre todo Moscardó demostró su liderazgo con el ejemplo, aunque en sus cartas a su mujer muchas veces dice que se encuentra abatido, nunca selo demuestra a sus tropas, sino que no las para de animar. Porque así era, su mujer e hijo no habían podido reunirse con él en el Alcázar, y será con su hijo con quien Moscardó haga su mayor sacrificio como líder de la defensa, pues como hizo muchos siglos antes Guzmán el Bueno, no aceptará el chantaje de rendir la plaza a cambio de la vida de su hijo. De nuevo, quien mejor que el propio Moscardó para describir estos hechos:

El día 23 de julio, por la tarde, sonó el teléfono, pidiendo hablar conmigo. Me pongo al aparato, y resultó ser el Jefe de Milicias de Toledo, quien, con voz tonante, me dijo: «Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y, de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí a mi lado». Contesté: «No creo».

Jefe de Milicias.-«Para que vea que es verdad, ahora se pone al aparato». Hijo. -«¡Papá!»

Yo.-«¿Qué hay, hijo mío?»

Hijo.-«¡Nada; que dicen que si no te rindes me van a fusilar!»

Yo.-«¡Pues encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota, dando un grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!»

Hijo.-«¡Un beso muy fuerte, papá!»

Yo, al Jefe de Milicias. -«¡Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no se rendirá jamás!»
Un mes después, el hijo de Moscardó fue fusilado sin compasión.

Finalmente, el Alcázar fue liberado por la columna del General Valera, la cual Moscardó se le presentó con la famosa frase “Sin novedad en el Alcázar, mi General”. Quizás algo menos famosa, pero igual de impactante es otra frase suya, esta vez al General Franco, cuando este llegó al día siguiente y Moscardó le dijo “Mi general, le entrego el Alcázar destruido, pero el honor queda intacto”. Pero no solo Moscardó habló de su hazaña, para no parecer partidistas que mejor que el testimonio de un periodista extranjero que afirmo “Arrodillémonos ante estos hombres: son la dignidad del mundo. Ellos nos engrandecen con su heroísmo. Por ellos estamos seguros de que el alma humana es todavía capaz de infinita grandeza”.

Moscardó fue ascendido a General de Brigada y luego de División por sus acciones en la guerra civil, donde siguió demostrando ser un gran líder militar. Además recibió la Laureada de San Fernando y con el tiempo Franco le otorgo la grandeza de España con el título nobiliario de Conde del Alcázar de Toledo.

Monumento a los Héroes del Alcázar

lunes, 11 de octubre de 2010

LAS GUARDIAS VIEJAS DE CASTILLA.

Jinete ligero y Guardia Vieja de Castilla
La guerra de Granada, con la victoria en la cual se daba fin al proceso de la Reconquista, sirvió también para marcar el inicio del cambio en la forma de hacer la guerra. El concepto de guerra medieval empezaba a verse superado por una nueva forma de organización bélica que dio lugar a lo que se ha llamado La Revolución Militar Moderna. Conjuntamente, esta guerra también abrió los ojos a los Reyes Católicos, grandes vencedores de la misma, ya que vieron que si querían mantenerse fuertes en la monarquía no podían depender tanto de los ejércitos privados de los nobles. Es así como, partiendo de la base de sus tropas reales se crean las Guardias Viejas de Castilla, a través de una ordenanza fechada el 2 de Mayo de 1493. Las Guardias Viejas de Castilla recibieron en la propia Granada el que sería su estandarte, verde (seguramente por ser uno de los colores predilectos del vencido islam), con el escudo de los Reyes Católicos en el centro, destacando que en lugar de llevar la granada abierta (por estar conquistada) en el mismo, lleva cuatro en los ángulos del paño. Se puede considerar con bastante certeza que será este el primer ejército regular profesional de España. La ordenanza de este año, junto a la instrucción del año siguiente y otras tan importante como la ordenanza de 1504, en las que ya se organizan el resto de armas, dando especial importancia a la nueva infantería, son el embrión de ese ejército profesional que en manos del Gran Capitán, tantas victorias y hechos gloriosos dio a nuestra patria.


Escopetero y el de la derecha es un hombre de armas en 1508.

Las Guardias Viejas de Castilla eran tropas de caballería, esto se debe a que nada más finalizar la guerra de Granada, los Reyes Católicos ya atisbaban en el horizonte un inminente enfrentamiento con Francia por intereses territoriales en Italia, y si en algo superaba Francia a España en ese momento era en su poderosa caballería, los famosos gendarmes franceses, que solo eran 960, pero muy homogéneos, frente a la variedad de la caballería española, desperdigada entre los diferentes ejércitos nobiliarios. Como testimonio de la época tenemos al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que escribió en su diálogo Batallas y quincuajenas:

“Bien me acuerdo que estando olvidado el ejercicio de los hombres de armas y muy favorecida la jineta a causa de las guerras con los moros de Granada, acabada aquella santa conquista y barruntando o sospechando los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel que cesada la guerra de los infieles la habían de tener contra franceses, proveyeron en hacer dos mil y quinientos hombres de armas ordinarios de guarda (aquí confunde a todos los caballeros como hombres de armas) y crearon capitanes para ellos de cada cien hombres de armas y algunas capitanías de más número, de señores y capitanes ilustres y generosos tales como convenía.”

Por todas estas razones, los Reyes Católicos comprendieron que tenían que tener bajo su control directo a unas tropas de estas características. En un inicio se crearon 25 compañías de 100 hombres cada una. En este tiempo las compañías tenían el nombre de capitanías. Todas las compañías tenían un capitán, un teniente, un alférez portaestandarte y un trompeta. Veinte de estas compañías eran de los llamados hombres de armas y cinco de jinetes. Además había un estado o plana mayor que incluía un capitán general, un preboste o alcalde, un contador general, un alguacil y un escribano.

Hay que destacar que todas las capitanías tenían un teniente, ya que los capitanes eran todos de la alta nobleza y pocas veces compartían el tiempo son sus hombres, de ahí que fuera imprescindible la figura del teniente.

Muy importante de esta época es la aparición de la figura del Sargento, del que enseguida se incluirá uno en cada capitanía, para con el tiempo ir creciendo en número y funciones.

Los hombres de armas iban ataviados como un caballero medieval tradicional, de punta en blanco, con lanza, espada y escudo, algunos también podían llevar una maza. La lanza era de arandela, que llevaba del lado más grueso una protección en forma de embudo para la mano. Para poder usarla necesitaba un ristre, un apoyo articulado fijado sobre la parte derecha de la coraza para poder sostenerla y apoyarla en los momentos de descanso. Estos hombres de armas debían de disponer de dos caballos. Uno de ellos iba completamente cubierto por una armadura y revestido con las armas de Castilla y León. El otro caballo, llamado dobladura, iba sin armadura y lo montaba un paje; su función sería la de servir en la vida diaria del caballero y llegada el caso poder sustituir a la montura principal.

Las otras cinco compañías eran de jinetes, que recibían este nombre por montar a la jineta al estilo moro (con estribos cortos y piernas dobladas en posición vertical desde la rodilla). Son estos los precursores de la caballería ligera. Solo llevaban un casco del tipo morrión, una coraza con faldón o escarcela y protección para muslos y piernas. Como armas de ataque llevaban espada, puñal y ballesta. Podían tener también otra montura, pero no era muy usual como se constata en los estadillos de los tesoreros pagadores.

La tendencia en España empezó pronto a cambiar y aumentaron el número de jinetes, muy útiles en conflictos como la revuelta de los moriscos del Albaicín en el 1500, que se extendió por toda la Alpujarra. Pese a todo, no se podía dejar de tener la caballería pesada de los hombres de armas, indispensables para luchar contra Francia, como se ve en el número de hombres de armas y jinetes en la segunda campaña en el Reino de Nápoles (1500-1501), adonde parten 425 hombres de armas y solo 82 jinetes. A comienzos del siglo XVI nos encontramos con que existen 36 capitanías, siendo ahora solo diez de jinetes hombres de armas, divididos en seis capitanías viejas, tres en la Corona de Aragón y una nueva, sumando un total de 919 hombres. Las otras 26 serán de jinetes, de las cuales trece eran viejas, tres en Aragón y diez nuevas, alcanzando los 2831 efectivos.

Entre estas 36 capitanías están las de Luis de Acuña, Rodrigo de Mendoza, Bernardo y Antonio del Águila y la de Martín de Alarcón, que irán a Italia con el Gran Capitán en su primer viaje a luchar contra los franceses. Las Guardias Viejas de Castilla también prestarán valiosos servicios de guerra en el Rosellón y Orán.

A lo largo de sus dos siglos casi de historia, servirán en sus filas como capitanes, muchos de los nobles más poderosos de España. Las Guardias Viejas de Castilla serán fieles guardias reales, juntos a los Archeros de Borgoña, o las guardias amarillas o españolas, tudescas y otras. Esto durará hasta la llegada en 1700 de la dinastía Borbón con Felipe V, que reorganiza la guardia real en las llamadas Guardias de corps.


Arquero y Portaestandarte Real con el estandarte de las Guardias Viejas de Castilla.

Imágenes: Láminas del Conde de Clonard.

viernes, 3 de septiembre de 2010

MANTUVIERON LA PICA EN FLANDES.

Ambrosio de Spinola
En la gloriosa época del Imperio Solar Español se acuñó el dicho “poner una pica en Flandes”, cuyo significado es conseguir realizar una hazaña muy costosa. Su origen viene de lo complicado que era llevar las tropas españolas acantonadas en Italia, al siempre beligerante territorio de Flandes cuando allí estallaban los conflictos y revueltas que caracterizaron nuestra presencia en aquellas inhóspitas tierras. A través del “Camino Español” los Tercios españoles batieron auténticos records de velocidad para llegar a tiempo de sofocar los levantamientos y clavar la famosa pica. Aunque este camino tenía varias ramificaciones y fue variando a lo largo del tiempo, el itinerario más común era el que iba de Milán a Namur, unos 1150 km, que se recorrían en tan solo 48 días de media. Más impresionante aún fue cuando en Febrero de 1578 una expedición española lo hizo en tan solo 32 días, en brutales marchas forzadas de más de 35 km diarios durante más de un mes, para poder llegar a tiempo de cumplir su objetivo.


Pero si difícil era llegar a Flandes, no menos lo era el mantener allí la paz y el dominio español. Los mejores soldados y generales de nuestra Patria se curtieron allí durante casi dos siglos. Muchos son los nombres a destacar, como el gran Duque de Alba, aún hoy el “coco” para los niños holandeses, pero en este artículo nos centraremos en dos figuras, muy bien retratadas en un libro que hace tiempo llegó a mis manos y el cual recomiendo, LOS GENERALES DE FLANDES: ALEJANDRO FARNESIO Y AMBROSIO DE SPINOLA, DOS MILITARES AL SERVICIO DEL IMPERIO ESPAÑOL.

Detalle del cuadro de Velázquez sobre la rendición de Breda,
donde se ve a Spinola recibiendo las llaves de la ciudad.
De origen genovés y familia banquera adinerada, Ambrosio de Spinola fue un hombre de honor que gastó grandes fortunas en crear un ejército personal con el que servir al rey de España y ganar la gloria militar que tanto anhelaba. Consiguió grandes victorias para España en los inicios del siglo XVII, pese a que significó su ruina financiera. Su recompensa llegó cuando en 1611 se le nombró “Grande de España” y en 1620 fue nombrado Capitán General por una brillante campaña en el Bajo Palatinado en el marco de la Guerra de los Treinta Años. Su victoria más brillante la consiguió en 1625, con la famosa toma de Breda, que tan bien inmortalizó Velázquez en su cuadro de las lanzas. Como a muchos otros, su éxito le valió para caer en desgracia a ojos del envidioso valido del rey Felipe IV, el Conde Duque de Olivares, que no paró de zancadillearle en sus funciones hasta que pobre y dejado a su suerte murió en el sitio de Casale en Septiembre de 1630.
Bandera del Tercio de Spinola.

Alejandro Farnesio
Quizás más conocida es la figura de Alejandro Farnesio, por eso de que hoy día da nombre a uno de los Tercios de la Legión Española. Anterior a Spinola, era también italiano, sobrino de Felipe II, por ser hijo de Margarita de Parma, hija ilegítima del emperador Carlos V. Conocía bien Flandes por haber sido sus padres gobernadores y allí participó en numerosas acciones, como comandante del ejército de su tío Don Juan de Austria, con el que también luchó en la famosa Batalla de Lepanto. Tras la muerte por tifus de Don Juan, será el propio Alejandro quien tome el control de la zona y desarrolle una brillante gestión. Reconquistó las provincias de Brabante y Flandes y se panto ante Amberes, poniéndola sitio y destacando como un genio militar hasta rendirla en el 15 de Agosto de 1585. Como era hijo del Duque de Parma, recibe este título a la muerte de este, pero Felipe II no le deja visitar dicho ducado porque lo considera imprescindible en Flandes. Fue el encargado de mandar las tropas de tierra que debían embarcar en la Armada Invencible para invadir Inglaterra, y para ello conquistó Sluis como base de operaciones. Tras el fracaso de la invasión se instaló en Dunkerque. Fue enviado a Francia para apoyar a los católicos en la guerra de sucesión tras el asesinato de Enrique III, volviendo de nuevo a Flandes tras la conversión de Enrique IV. Murió en 1592 con tan solo 38 años a causa de una enfermedad.

Farnesio, Spinola, Don Juan, Requesens… muchos y grandes nombres que cubrieron de gloria las armas españolas en una tierra que esta regada por su sangre.


Video sobre el asedio a Breda y el cuadro de las lanzas hecho por la maravillosa web artehistoria.

jueves, 2 de septiembre de 2010

LOS GARROCHISTAS JEREZANOS DE BAILÉN.

Aunque ya han pasado las celebraciones por el segundo centenario de la Batalla de Bailén, es justo homenajear a unos hombres a los cuales la historiografía actual se ha empeñado en menospreciar su papel en tan famosa batalla, nos referimos a los antaño famosos garrochistas de Bailén.


Garrochistas en una reconstrucción histórica de Bailén.
Para los que no estén muy duchos en el tema, los garrochistas son los hombres a caballo encargados de cuidar las reses de toros, se puede decir que son sus “pastores”. Para controlar a estos poderosos animales se ayudan de un palo de unos 3 metros de largo, llamado garrocha, de la cual toman su nombre.


Cuadro de un garrochista.

Tras los hechos del 2 de Mayo en Madrid y la entrada del General Dupont en Andalucía, los patriotas de esta tierra empezaron a organizarse, especialmente al contemplar los desmanes y abusos que las tropas francesas cometieron en Córdoba. Bajo el mando del General Castaños se empezaron a agrupar miles de andaluces y gentes huídas de otras regiones, deseosos de vengar la afrenta francesa. Estos voluntarios procedían de todas las clases sociales y oficios, y con más o menos experiencia militar, lo que no faltaba era el valor. Entre todos ellos, empezaron a llegar los garrochistas, la mayoría de Jerez de la Frontera, tierra famosa por sus buenos caballos, y también algunos de la localidad sevillana de Utrera. No está muy claro cuál fue su número, pero según los estudiosos del tema, podrían rondar entre 250 y 500 efectivos. Pronto destacaron por sus vestimentas, llevaban un pañuelo de color rojo en la cabeza atado a la nuca cuyos picos caían sobre la espalda dejando ver una coleta envuelta por redecilla negra, sombrero calañés con moña, chaquetilla corta con hombreras y caireles, chaleco medio abierto por el que asomaba un pañuelo atado al cuello, faja negra o roja, calzones ajustados hasta la rodilla y botín abierto que dejaba ver medias azules o blancas. Como armamento tenían un cuchillo de monte en la faja y sus famosas garrochas para picar toros, pero a las que a muchas se les había cambiado la puya por punta de lanza.

Encuadrados en la 4ª División del General Manuel de la Peña, ya tres días antes de la gran batalla en Bailén tuvieron un importantísimo papel en la toma de Mengíbar, bajo el mando del Capitán José Cheriff, cayendo el mismo en la acción junto a los primeros garrochistas que regaron con su sangre la tierra andaluza. Pero fue el 19 de Julio cuando su nombre se incorporó a la leyenda. Gracias a sus dotes como excelentes jinetes y a lo ligero de su equipo, podían maniobrar con gran rapidez entre los numerosos olivares que pueblan esa tierra jienense, y así de forma temible cargaron a todo galope con una formación en cuña que diezmó a la vanguardia enemiga, deshaciendo el ala izquierda francesa y adentrándose hasta el grueso del ejército a través de los olivares al grito de: ¡¡España Jerez, a por ellos, como a las vacas!! Tras el tremendo choque, los garrochistas se cebaron en perseguir a los franceses, hasta que la superioridad numérica de éstos acabó con su valor. Para comprender lo valeroso de su acción, basta decir que solo 30 sobrevivieron. Aquellos audaces lanceros voluntarios de Utrera y Jerez vestidos de paisano asombraron a los oficiales napoleónicos tanto por su bravura e indumentaria como por su armamento, ya que nunca antes aquellas gruesas y largas garrochas de tres metros de largo se habían visto en una batalla moderna. En el parte del general Reding a Castaños de fecha 22 de julio de 1808, se alaba a estos voluntarios utreranos y jerezanos, calificándolos de “bisoños triunfadores de las águilas napoleónicas”. El 24 de agosto de ese mismo año las tropas del general Castaños entraron victoriosas en Madrid, con ellas, un puñado de jinetes jerezanos causaron la admiración de todos por su fama y peculiar indumentaria, eran los supervivientes de aquella histórica gesta. Después de aquella batalla muchos serían los garrochistas jerezanos que siguieron engrosando la caballería del ejército español, circunstancia ésta que trajo en jaque a los franceses hasta su salida definitiva de suelo patrio. Ello podemos desprender de un bando publicado en febrero de 1810 colgado en las plazas de Jerez, cuando las dichas tropas napoleónicas ocuparon la ciudad. Entre otras muchas medidas de represión decía lo siguiente: “Todo individuo que auxilie a los garrochistas será fusilado o ahorcado. El que avise para prenderlos será gratificado con cuatrocientos reales y si el mismo es soldado será ascendido”.

Quisiera dedicar este artículo a un jerezano de pro, orgullo de su tierra tanto él como su familia, mi compañero Alejandro Sánchez Sabido.
Maqueta de un garrochista en Bailén.


Bibliografía: -Wikipedia.

-Artículo de Antonio Mariscal Trujillo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA RESISTENCIA DE SAGUNTO.

Cuando hablamos de resistir hasta el final, de defender lo nuestro hasta que no nos quede ni una brizna de fuerza, siempre nos viene al recuerdo la resistencia de la ciudad de Numancia contra los romanos. Cierto que fue esta una gesta increíble y merecedora de su fama, pero no es algo aislado, ni mucho menos, en la historia del pueblo español. Casi un siglo antes de la epopeya numantina, otra ciudad española protagonizó un episodio muy semejante. Entonces el enemigo no era Roma, sino Cartago, y aunque no era Escipión el general que mandaba el asedio, el que estaba al frente de los cartaginenses no le quedaba a la zaga, pues era el mismísimo Aníbal que sembró Roma de terror. La ciudad que se enfrentó a él hasta el final era la edetana Arse, o como la bautizaron los romanos, y cuyo nombre ha llegado hasta nuestros días, Sagunto.


Hemos de situar los hechos a finales del siglo III a.C., concretamente en el 218 a.C., en el preludio de la Segunda Guerra Púnica que enfrentaría a las dos potencias del momento, Roma y Cartago. Tras la primera guerra entre ambas, Roma había vencido y Cartago se vio obligada a pagar grandes tributos como compensación. Para poder obtener recursos con que pagarlos, y de paso aumentar sus fuerzas, Cartago, concretamente a través de la familia Bárquida, había invadido una parte de Hispania. Roma veía con preocupación estos movimientos y presentó sus quejas. El asunto se zanjó con el Tratado del Ebro, por el cual ambas potencias limitaban sus áreas de influencia en Hispania con este río como frontera. El problema era que al sur del Ebro, que era la zona cartaginesa, había ciudades, como Sagunto, aliadas de Roma.

Sagunto era entonces una ciudad ibera, de la tribu de los edetanos y que recibía el nombre de Arse. Era una de las ciudades más poderosas de Levante y otras ciudades vecinas, de la tribu de los turboletas, la temían por sus ansias de expansión. Estas ciudades se aliaron con Cartago, que para entonces ya mantenía una autentica guerra fría con Roma. Sagunto fue el detonante para que estallara la guerra. Roma argumentó que habían atacado a una aliada suya, y Cartago se excusaba en que la ciudad estaba en su territorio y se había revelado a su autoridad.

La mayor parte de la información que tenemos del asedio es a través de las fuentes romanas, especialmente Tito Livio, que como es normal son muy partidistas a favor de Sagunto, pero no nos queda más que confiar en su criterio.
 Aníbal se presentó ante Sagunto con una estrategia firme, sin riesgos, basada en asediar por tres flancos, el valle, el río y en el punto más débil de la ciudad, el extremo occidental del alcázar. Para ello contaba con lo último en poliorcética (arte del asedio), torres de asalto, ballestas, arietes, etc. Lo que en un principio parecía iba a ser una rápida conquista, se prolongará durante 8 largos meses.

Los arietes cartagineses encuentran muchas dificultadas para acercarse a las murallas, ya que desde ellas los edetanos les arrojan de todo. Además aprovechan las noches para hacer incursiones en el campamento cartaginés y provocarles numerosas bajas. Finalmente los cartagineses consiguen derrumbar tres torres de las murallas de la ciudad y por esta brecha lanzan su ataque. Los saguntinos se concentran aquí y no solo rechazan el ataque, sino que hacen huir al enemigo hasta su campamento. Un arma que dio gran resultado a los edetanos fue la falárica, una fina lanza que untaban de pez (semejante al petróleo) y le prendían fuego. Al caer sobre los escudos de los cartagineses, estos se veían obligados a soltarlos y quedaban indefensos ante los proyectiles saguntinos.

En el transcurso del asedio y antes de que Roma declarara formalmente la guerra una Cartago, la ciudad eterna envió una embajada a entrevistarse con Aníbal y pedirle explicaciones. El encuentro fracasó y la guerra era inminente. Roma, ocupada en sofocar una revuelta en Iliria, no envió ningún tipo de ayuda a su aliada Sagunto.

Aníbal estaba cada vez más desesperado por la tardanza en tomar la ciudad y redobló sus esfuerzos. Con las torres de asalto consiguió abrir varias brechas y los saguntinos se ven cada vez más acorralados, teniendo que usar los escombros para construir nuevas defensas. Tras un sangriento asalto, Aníbal se apodera de una de las torres del Alcázar. La situación es cada vez más desesperada para los saguntinos que están acorraladas y alimentándose de cortezas de árbol y cuero reblandecido, por lo que deciden pedirle a Aníbal sus condiciones para la rendición. Este les exige unas condiciones durísimas, como todo el oro y palta de la ciudad, devolverle a los turboletas todo lo robado y dejar la ciudad con tan solo dos vestidos. Los edetanos, orgullosos guerreros iberos, no pueden soportar esa humillación y deciden que es mejor resistir hasta la última gota de sangre. Montan una enorme pira en la ciudad donde arrojan todos los objetos valiosos junto a plomo y bronce, para que al fundirse estropearan el oro y la plata e impidieran su uso por parte del enemigo. En un último acto suicida, con las pocas fuerzas que les quedan, quieren morir haciendo el mayor daño posible y salen de la ciudad cargando contra los cartagineses para llevarse al otro mundo a los máximos posibles. Poco pueden hacer ante el poderoso ejército enemigo y rápidamente caen todos. Las mujeres ven estos sucesos desde lo alto de las murallas, desesperadas matan primero a sus propios hijos y luego se lanzan al abismo para que ninguno de ellos sea mancillado por los invasores. La salvaje resistencia ha concluido. Tras 8 meses Aníbal solo podrá recoger cenizas y cadáveres como botín de su victoria. Sagunto y los edetanos han pasado a ser parte de la historia más gloriosa de nuestra Patria.

Últimos días de Sagunto, de F. Domingos Marqués,
Palacio de la Generalidad, Valencia


Bibliografía: -www.rutasdevalencia.com

-www.historialago.com

-Wikipedia.

martes, 31 de agosto de 2010

LA DEFENSA DEL CASTILLO DEL MORRO.

Don Luis de Velasco, héroe de la defensa del Morro.
Uno de los mayores privilegios de los que goza la Infantería de Marina Española (aparte de ser la más antigua del mundo), es la consideración de Cuerpo de la Casa Real, el cual le fue concedido por R.O. DE 22 de Marzo de 1763, debido al heroico comportamiento de sus miembros en la defensa en La Habana del Castillo del Morro. Hemos de situarnos en el marco de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), la que Winston Churchill consideró como la verdadera primera guerra mundial de la historia, ya que se desarrolló en tres continentes (Europa, América y Asia) e involucró a Gran Bretaña, Hannover, Prusia y Portugal contra Francia, Austria, Rusia, Suecia, Sajonia y España.


Tras el periodo de paz que caracterizó el reinado de Fernando VI, la llegada de Carlos III significó un cambio de rumbo y la firma del Tercer Tratado de familia con Francia fue lo que empujo al monarca español a involucrarse en esta guerra, sin olvidar las afrentas inglesas con sus continuos ataques a los barcos españoles en las Antillas y el Atlántico.

En Marzo de 1762 una gran escuadra inglesa parte hacia La Habana para apoderarse de ella. Sus fuerzas se componían de 74 buques de guerra, 150 de transporte, 22000 hombres (más 4000 de refuerzo que llegarían de las colonias americanas) y 2292 cañones de todos los calibres.

Mientras en La Habana el Capitán General de Cuba, Don Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna, empezaba a tomar decisiones desafortunadas, como no juntar todas las fuerzas marítimas de la isla, junto a las francesas, para poder haber hecho frente a la escuadra inglesa.

Las fuerzas con las que contaba España en La Habana para su defensa eran el Regimiento de infantería de la Habana mandado por el coronel Alejandro Arroyo y compuesto por cuatro batallones de seis compañías con una fuerza total de 856 soldados, sin contar oficiales y los destacamentos destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida; el segundo batallón del Regimiento de infantería España al mando del Teniente Coronel Feliú formado por nueve compañías con 645 soldados sin contar oficiales; el segundo batallón del Regimiento Aragón mandado por el Teniente Coronel Panés Moreno formado por nueve compañías con 636 soldados sin contar oficiales; el cuerpo de Dragones de la Habana que estaba repartido por diferentes destinos estando en la Habana una fuerza de cuatro compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie y los Dragones de Edimburgo formado por 200 a caballo sin contar oficiales. La situación de la artillería era bastante precaria. Se consideraba que para una buena defensa de la ciudad eran necesarios 595 cañones, disponiéndose solo de 340 de los cuales únicamente 107 estaba totalmente operativos. A estos se sumaban 69 que envió el Virrey de México y 171 artilleros divididos en dos compañías.

El 6 de Junio los ingleses se sitúan frente a La Habana. Se crea una junta de defensa presidida por Don Juan de Prado, la cual tomará dos decisiones trágicas que marcarán el futuro de la defensa. Primero tras mandar subir con gran esfuerzo dos baterías de cañones a el cerro de La Cabaña, sitio estratégico pero con escasas defensas y ser este atacado por tierra por los ingleses, se ordena al segundo día de ataque despeñar los cañones y retirarse si atacan los ingleses, lo cual ocurrió. La segunda equivocación es la de hundir el 9 y 10 de Junio tres navíos en el estrecho canal de entrada de la bahía para evitar la entrada de la flota inglesa. Estos navíos eran de los mejores de la escuadra española, el Neptuno de 70 cañones y los Asia y Europa de 60 cañones .Los ingleses, sin podérselo creer, se frotan las manos tras ser inutilizada la flota enemiga sin disparar un solo tiro. Perdida la flota se ordena desmantelar los cañones y repartir las provisiones, así como tropa y marineros entre las diferentes guarniciones. Es aquí donde empieza a tomar protagonismo el gran héroe de esta historia, el Capitán de Navío Don Luis de Velasco y Fernández de la Isla, que es enviado a la defensa del Morro.

El 11 de junio los ingleses son dueños del cerro de la Cabaña, así como de los fuertes de la Chorrera y Torreón de San Lázaro. La situación de La Habana es desesperada y se empieza a evacuar a los civiles. Los ingleses disponen el 14 de junio de tres baterías de cañones en La Cabaña, a escasos 190 metros del Morro y en posiciones más elevadas, los cuales disparan sobre la ciudad y el Morro, sumándose a los que disparan desde el mar. Durante los siguientes días las decisiones de la Junta de Defensa, más que ayudar son un estorbo para los intereses españoles, y don Luis de Velasco no cesará de pedir que se organicen salidas para atacar las posiciones enemigas y aliviar la presión a la que se ve sometido el Morro.

El día 29 de junio se lleva a cabo un ataque a las baterías inglesas que fracasa pero permite que 300 soldados al mando del coronel Arroyo entre en el Morro para reforzar a la guarnición.

Vista actual del Castillo de los Tres Reyes del Morro,
nombre completo de la fortaleza.
El 1 de julio se lleva a cabo un ataque general por tierra y mar contra el castillo. Por mar un navío inglés, el Namur, debió ser remolcado por lanchas al haber perdido todos sus palos, otros dos, el Cambridge y Marlborough sufrieron daños. El comandante de un cuarto, el Stirling Castle, fue relevado de su cargo y juzgado por cobardía. Por tierra las baterías del general Keppel van desmontando una a una las piezas que defienden al castillo. Los baluartes y las cortinas se resquebrajaban, los soldados mueren despedazados por los proyectiles de los cañones o enterrados al derrumbarse los muros que protegen el Morro. Con todo el castillo resiste. Al día siguiente han desaparecido las obras exteriores del castillo. Los cañones dentro del Morro son cada vez más escasos y por la tarde solo dos de ellos están en situación de hacer fuego.

Por la noche, tras estos interminables días, se hacen prodigiosos esfuerzos para llevar al castillo, desde la Habana, tropas de refresco y cañones para sustituir aquellos que han sido destrozados. Pero los ingleses también van aumentando el número de bocas de fuego que disparan desde tierra por lo que siempre estarán los españoles en inferioridad. Para el 12 de julio veinte cañones ingleses disparan contra cinco o seis españoles que responden.

El 15 de julio don Luis de Velasco, con un esfuerzo sobrehumano, ya que se hallaba enfermo, acude a las murallas en ruinas y con su presencia anima a los soldados a mantener la defensa. En ese momento será cuando es gravemente herido en la espalda por la metralla. Contra su voluntad debe ceder el mando de la guarnición al Capitán de Navío Francisco de Medina y es trasladado a la Habana para que le curen las heridas.

El combate continúa, el 17 de julio solo quedan dos cañones activos, los ingleses inician una mina para volar los muros. El día 19 y 20 se consigue instalar tres nuevos cañones que pronto quedaran inservibles. Los merlones que dan a tierra están todos destruidos. El trabajo de las minas prosigue amenazadoramente.

El día 23 de julio las tropas españolas atacan a las inglesas con idea de destruir sus baterías. Este ataque desde la Habana ha sido ideado, como no, por don Luis de Velasco quien, a pesar de la gravedad de su herida, no cesa en la idea de una defensa activa frente al enemigo al contrario que el gobernador y la Junta que postulan una defensa pasiva a la espera que la enfermedad destruya al ejército enemigo como sucedió en Cartagena de Indias en la inolvidable defensa de don Blas de Lezo. Fracasó el ataque debido a un fallo en la coordinación. Sin esperanzas de parar las obras de las minas que cada vez se aproximaban más a los muros del castillo, don Luis de Velasco, a pesar de su herida, volvió a asumir su puesto en la defensa del castillo que se sabía sentenciado.

El día 27 de julio los ingleses cortaron la única posibilidad que tenían los españoles del Morro de comunicarse con la ciudad que era con pequeñas embarcaciones por el centro de la bahía. Los cañones ingleses habían cortado esta mínima vía de escape. Desde ese instante la guarnición del Morro se encontraba aislada y sin ninguna posibilidad de recibir suministros o refuerzos.

Al día siguiente los ingleses recibieron un refuerzo de 3.000 soldados procedentes de las colonias americanas. Uno de estos soldados era un joven que respondía al nombre de George Washington. Estos refuerzos causan tan buen efecto moral entre los ingleses que se deciden al asalto final.

Velasco sabe que el castillo está sentenciado por lo que comunica a la Junta la situación y solicita ordenes. La Junta de Defensa, en su línea e incapaz de tomar ninguna decisión, le contesta que actué como crea oportuno. Para un hombre como Velasco,con un sentido del deber y pundonor tan marcado es prácticamente una incitación a que lleve a cabo una lucha hasta la última gota de sangre.

El día 30 de julio de 1762 el general William Keppel da la orden de atacar. El orden de ataque será los destacamentos de zapadores delante tras ellos cuatro compañías de soldados, el general Keppel al mando de una brigada detrás y al final el resto de las brigadas.

Cuadro que muestra como los buques ingleses
se retiran del Morro seriamente dañados.
A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las tropas parten al asalto. Se inicia un combate cuerpo a cuerpo por el castillo de una ferocidad inaudita. Don Luis reúne entorno a sí una fuerza de cien hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y anima la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza pasa al otro gran héroe de la jornada, don Vicente González-Valor de Bassecourt que no permitió que se le fuera robado su estandarte y murió con el cuerpo atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña nacional. Ante la falta de líderes y tras tantos días de sufrimiento, combate y penurias, los supervivientes deciden rendir la fortaleza.

Los ingleses han quedado profundamente impresionados por el valor mostrado por los españoles en la defensa del castillo y en especial con su comandante. Sin pensarlo dos veces organizan el traslado de don Luis de Velasco a la Habana para que sea cuidado por médicos españoles, en el traslado a la ciudad la acompañara uno de los oficiales del conde de Albermale. Pese a todo, las heridas eran muy graves y nada se puedo hacer. Dos días después fallecería el heroico marino.

Pero no acabó aquí la admiración inglesa por nuestro héroe, y en un gesto que les honra le levantaron un monumento en la abadía de Westminster, el cual todavía se puede visitar. Además el estandarte español que capturaron en el Morro lo guardaron con gran respeto en la Torre de Londres. Por último y hasta entrado el siglo XX, cada vez que un barco de guerra británico pasaba por Noja, en Cantabria, disparaba salvas de honor en nombre de don Luis de Velasco, por ser natural de esta localidad marinera.

En España, el rey Carlos III, junto al honor otorgado a la Infantería de Marina, concedió títulos a los familiares de don Luis de Velasco y del no menos heroico don Vicente González. También construyó un monumento a Velasco cerca de Noja y declaró que un navío de guerra español siempre llevaría su nombre.

Por el contrario, la desastrosa Junta de Defensa fue tratada con total deshonor por los ingleses, y los principales oficiales españoles fueron embarcados y devueltos a España donde les esperaba un juicio para dilucidar su actuación. El proceso reveló los fallos cometidos en la defensa de la plaza de la Habana.

La perdida de la batalla significó perder La Habana, pero no por mucho tiempo, ya que tras la firma de la paz esta volvió a España, a cambio de Florida, recibiendo España la Luisiana por parte francesa a modo de compensación.
Castillo del Morro

Bibliografía: Wikipedia y diversas webs de Internet sobre numismática e Infantería de Marina.

lunes, 30 de agosto de 2010

La invencible inglesa.

Uno de los mayores bulos de la leyenda negra española y de esa historiografía anglosajona que tanto nos gusta creernos a los españoles, es el de la famosa Armada Invencible. Ese seudónimo se lo pusieron los ingleses en parte como mofa y en parte para glorificar su victoria. El nombre real de la expedición que pretendía invadir Inglaterra era La Grande y Felicísima Armada, y no, no sufrió una derrota, ni tan siquiera un estrepitoso desastre, sino que más bien fue una fracaso. Fracaso porque no consiguió su objetivo y porque murieron alrededor de 15000 hombres en el intento, además de perderse varias naves. Pero como muchos autores, por suerte, ya han sabido demostrar esto se debió más que nada a los temporales que sufrió y a su mala dirección, pues su principal comandante, el Marqués de Santa Cruz, murió mientras la preparaba y el mando recayó en un inexperto Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia. Los ingleses, también sufrieron alrededor de 8000 bajas, y sus acciones se limitaron a hostigar a barcos perdidos por el temporal y aislados. La mayor parte de naves que los españoles perdieron no eran de guerra, sino mercantes, eso sí con valiosa carga, y casi todo el grueso de la expedición pudo volver a la península para reparar los barcos que habían quedado muy dañados.


Maria Pita dando muerte al alférez inglés
Mucho se podría profundizar de este tema, pero vamos hablar de lo que ocurrió al año siguiente, en 1589, cuando los ingleses, aprovechando la debilidad de la Armada española, que seguía en reparación, montaron una gran expedición para atacar las costas españolas y con el objetivo de sublevar a los portugueses (entonces bajo la corona de Felipe II) contra el rey español. La escuadra inglesa la mandaban Drake, que tantas falsas medallas se puso en el fracaso de la Invencible española, y Norris.

Pese a que el objetivo principal era la mencionada rebelión portuguesa, el ansia de botín de la mayoría de embarcados, como el mismo Drake, contra la opinión del resto de comandantes, hizo que la Armada inglesa se dirigiera a saquear La Coruña. Aquí comenzó el desastre militar de los ingleses fue absoluto, y digo desastre militar, porque a lo largo de la expedición, las 13000 bajas inglesas (cifras estimables, porque los ingleses no dejaron muchos documentos sobre sus derrotas) si fueron en combate. La ciudad gallega resistió bravamente, destacando el episodio de María Pita, que dio muerte a un alférez inglés que se colaba en la ciudad por una brecha de la muralla, dícese que con el sable de su marido, que acababa de caer en combate. Ante la noticia de que llegaban refuerzos terrestres españoles, los ingleses, derrotados en todos sus intentos por los coruñeses, siguieron hacia Lisboa. No les fueron muy bien allí las cosas, ya que no consiguieron que los portugueses les apoyaran en masa como esperaban y cada vez sufrían más deserciones en sus propias filas, algo constante desde que salieron de Inglaterra. Además la pequeña escuadra española comandada por don Martín de Padilla no dejaba de infligirles daños y bajas constantes. Visto lo visto, los ingleses decidieron que la retirada era la mejor opción, pero para aprovechar en lago el viaje pensaron que sería buena idea saquear Las Azores, volviendo a fracasar, pagando sus frustraciones en la entonces pequeña Vigo, a la cual saquearon y quemaron, pero donde se dejaron otros 500 muertos.

Para conocer mejor el desarrollo de estos hechos y de otras grandes victorias españolas por mar, recomiendo el libro de Agustín Ramón Rodríguez González, experto en el tema, Victorias por Mar de los Españoles.

En resumen, y pese a los pocos datos que del desastre militar inglés tenemos, podemos hacer la siguiente comparativa.

Armada Invencible Española: 15000-20000 muertos españoles y 6000-8000 ingleses. 800 heridos españoles y 400 ingleses. 400 prisioneros españoles. Los españoles perdieron unos 60 barcos, casi todos de carga y por el temporal.

Armada Invencible Inglesa: 13000 muertos ingleses y 900 españoles (muchos civiles). Los ingleses perdieron unos 30 barcos y casi 40 más desertaron junto a 5000 hombres.

Lo importante es una vez más señalar que las bajas inglesas fueron en su mayor parte en combate, igual que las de su barco, frente a los famosos “elementos” que derrotaron a los españoles un año antes.
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